Viernes,
octubre 7th, 2011
Autora: Ana
Karen Blanco
(anitaK[SW])
La tragedia
envolvió a toda la familia de forma inesperada. Sandro Barrientos y Mabel
Giacomazzi habían fallecido en un accidente automovilístico dejando tras sí a
sus tres hijos: Katherine de 22 años, Fabricio de 20 y Mauro de 14.
Apenas Emilia Giacomazzi supo que su hermana y su cuñado habían muerto, se
desesperó, pero también se sintió segura, apoyada en todo momento por su esposo
Rodrigo Sena, que la acompañó sin separarse de su lado. Una vez que regresaron
del entierro, con los ojos llorosos y la voz entrecortada le dijo:
-Me preocupan esos niños Rodrigo. Tenemos que ayudarlos en todo lo que podamos
porque somos su única familia. ¿Verdad que tú me ayudarás con ellos? Han
quedado en la más completa soledad y eso me pone muy mal… Le dije a Kathy que
se mudaran con nosotros al menos los primero tiempos, pero se negó. Dijo que
ella se haría cargo de todo si nosotros la apoyábamos.
-Supongo que le habrás dicho que diera por descontado nuestro apoyo
incondicional en todo momento, ¿verdad amor? –dijo Rodrigo interrumpiéndola.
-Por supuesto. Ella sabe que cuenta con nosotros siempre. Fabricio tiene todo
preparado para ir a estudiar arte a Italia, y ella es una chica fuerte,
voluntariosa e inteligente. No tendrá problema de cuidar a Mauro ya que casi
toda la vida fue como una segunda madre para él. Tú sabes lo previsor que era
Sandro y les ha quedado un buen respaldo económico, pero de todas formas
deberán cuidarlo. Kathy ya se recibió como profesora de literatura y da clases
en diferentes institutos, además de las particulares a varios alumnos.
Económicamente están bien cubiertos, pero… la vida diaria es mucho más que eso.
-Eso lo sabemos muy bien tú y yo, y seguramente ella lo aprenderá muy pronto.
—000—
Kathy era
una bellísima mujer. Alta, espigada, con un brillante pelo negro que hacía
resaltar su piel blanca. Los ojos verdosos de mirada acariciante enloquecían a
más de un hombre. Era hermosa y lo sabía; su inteligencia y vivacidad la hacían
más atractiva aún. Sus minifaldas eran escandalosamente cortas; imposible dejar
de mirarla cuando caminaba por algún lugar o hacía su entrada por cualquier
puerta como en aquel momento en casa de sus tíos.
-Rodrigo, tienes que ayudarme –le espetó antes de colgarse de su cuello y
plantarle un sonoro beso en la mejilla.
-Sí niña, sí. A ver ¿qué te pasa ahora?
Rodrigo se estaba acostumbrando a la presencia casi diaria de aquella joven que
había visto nacer y crecer. Hoy era una mujer que lograba turbarlo con su sola
presencia, pero que disimulaba haciendo grandes esfuerzos. Ella lo consultaba
por asuntos que para Rodrigo eran menores como el pago de ciertas cuentas,
trámites en organismos públicos, seguros y asesoramiento sobre la compra de un
automóvil, rentas de propiedades y cuestiones financieras generales. También
recurría a Emilia para pedirle recetas de cocina, cómo quitar una mancha o
averiguar las ofertas de esa semana. Kathy se había convertido en visita
permanente, no tenía reparos en llamar por teléfono a cualquier hora, pero a
sus tíos no les molestaba demasiado porque era tan querible y simpática que no
podían enojarse con ella. Pero a Rodrigo le era imposible mirarla como
familiar, sus instintos de macho le hacían desearla como mujer. Ella lo sabía y
gozaba seduciéndolo de forma inocente ante los demás, pero cuando estaban solos
lo hacía descaradamente, aunque disfrazando de juego sus más perversas
insinuaciones.
Dicen que no hay nada más seductor que una mujer hermosa que sabe que lo es, ni
nada más erótico que la inteligencia. Ella era todo eso y tenía el conocimiento
para utilizar su belleza e inteligencia como le viniera en gana. Su “tío”
Rodrigo no le resultaba indiferente. Desde muy niña se había sentido atraída
por ese hombre tan alto y gallardo, siempre impecablemente vestido y con aquel
perfume varonil: el de su propia piel, porque no utilizaba otro aroma que el de
la limpieza diaria. Siempre lo había visto de bigotes, unos bigotes negros,
espesos, perfectamente recortados. De pequeña él solía hacerle cosquillas con
ellos; hoy se preguntaba qué sentiría al rozarlos. A veces lo provocaba
besándolo en la comisura de los labios y percibía un pequeño estremecimiento en
el cuerpo de él, que se retiraba rápidamente de su lado. Buscaba excusas para
llamarlo, tonteras que ella sabía cómo resolver perfectamente. Lo hacía ir a su
casa para reparar cosas que ella misma descomponía o que podría resolver
llamando a un fontanero o un electricista, pero sólo buscaba la forma de verlo
con la mayor frecuencia posible…
Una madrugada, a las dos de la mañana sonó el teléfono en casa de la familia
Sena-Giacomazzi. El cansancio había rendido a la pareja después de varios días
de ajetreo preparando el viaje de Fabricio, que había partido la tarde anterior
a estudiar al extranjero. Rodrigo, más dormido que despierto, levantó el
teléfono.
-Sí… hable.
-¿Es el señor Rodrigo Sena? Le habla el Sargento de Policía Agente Daniel
Rivera. Estamos llamando desde la residencia de la señorita Katherine
Barrientos…
Rodrigo pegó un salto en la cama y se levantó de golpe.
-¿Qué pasó? ¿Qué sucedió oficial? ¿Está todo bien? –La palidez de su rostro
asustó a Emilia que exigía a sus espaldas explicaciones de lo que sucedía,
mientras él le señalaba con la palma extendida que esperara y lo dejara
escuchar.
-Sí señor. Le ruego que se calme, está todo bajo control. La casa fue asaltada
pero los ladrones no lograron llevarse nada porque en ese momento volvía la
familia y al escuchar el regreso de los moradores de la finca, huyeron dejando
todo. Tanto la señorita como su hermano y el amigo están bien pero muy nerviosos;
me pidieron que lo llamara para que viniera lo antes posible.
-Ya mismo estoy saliendo para allá Sargento.
Tras una breve explicación a Emilia mientras se vestía velozmente, Rodrigo
emprendió la marcha hacia la casa de los sobrinos de su esposa. Debía conducir
uno rato para unir los poco más de treinta kilómetros que había de distancia
entre ambas residencias. A esa hora de la madrugada casi no había tránsito.
Prendió la radio del vehículo y se dejó envolver por la portentosa voz del
tenor Plácido Domingo que le trajo a su lado a la mujer con “Aquellos ojos
verdes…”; luego un “Te quiero, sabrás que te quiero…” era casi una declaración
de amor para esa joven de piernas largas y torneadas como dos columnas griegas,
esa niña de ojos verdes y pelo negro que lo embriagaba con su juventud, energía
y vitalidad. Debía estar loco, él amaba a Emilia, sin duda que la amaba pero…
Kathy era otra cosa.
Kathy, Kathy… con solo nombrarla la boca se le llenaba de miel y su virilidad
daba muestras de que a sus 48 años estaba más vivo que nunca.
Apenas había descendido del auto cuando Kathy se echó sobre él prendiéndose del
cuello. Rodeó aquel cuerpo tan deseado con sus brazos, aspiró el perfume de su
cabello, acarició con sus manos la mil veces imaginada piel y la alzó. Por un
instante que le pareció eterno la tuvo para sí, totalmente suya. Pero
inmediatamente la volvió a depositar en el suelo.
-Rodrigo, por fin has llegado –casi nunca le decía tío, ni siquiera de pequeña,
siempre prefirió llamarlo por su nombre de pila, y sus hermanos siguieron su
ejemplo-. Estoy desesperada, nerviosa, me siento muy mal y angustiada por todo
esto.
-Tranquila mi niña, ya todo está bajo control. Además, no ha pasado nada. Pero
deberemos tomar esto como un aviso, una advertencia y apenas despunte el día
nos dedicaremos a asegurar este lugar convenientemente. Ahora cálmate… ¿cómo
está tu hermano?
-Aquí estoy Rodrigo, con mi amigo Carlos.
Un muchacho alto y prolijamente desgarbado como indicaba la moda, se acercó y
lo saludó con un beso en la mejilla. Rodrigo lo abrazó cálidamente mientras el
chico devolvía el abrazo.
-¿Todo bien Mauro? Menudo susto que me llevé.
-Lamento haberlo perturbado caballero, pero su sobrina así lo solicitó y además
creo que era lo más correcto.
Al darse vuelta hacia el lugar de donde provenía la voz, observó un hombre
joven y atractivo. No es que a él le gustaran los hombres, pero le llamó la
atención la masculina belleza de aquel ejemplar de varón de unos treinta y
cinco años. Era alto, de casi un metro noventa; pesaría unos noventa y cinco o
cien kilos, de los cuales la mayor parte debían ser de magra musculatura. Pelo
negro, lacio, brillante. En su rostro de marcada angulosidad varonil, resaltaba
un bien cuidado bigote; los ojos castaños y vivaces enmarcados por unas espesas
cejas que le daban a su mirada una especial expresión. Tenía aspecto recio y
serio, y la placa que lucía dejaba saber su condición de miembro de la policía,
ya que por su ropa de civil nadie lo imaginaría. Se acercó a Rodrigo con su
mano extendida:
-Muy buenas… madrugadas –dijo mientras sonreía amigablemente- Soy el Sargento
de Investigaciones Daniel Rivera. Hace un rato hablé por teléfono con usted.
-Sí, así fue –le dijo Rodrigo mientras que sentía un firme apretón de manos por
parte del oficial, al que no vaciló en contestar de la misma forma- Permítame
agradecerle personalmente lo que ha hecho hasta ahora Sargento Rivera.
-Nada que agradecer señor, es nuestra obligación y deber. Si lo desea, pasaré a
informarle lo sucedido.
El Sargento comenzó a darle detalles de cómo había sido el intento de robo, de
cómo deberían tener cerradas las entradas y qué medidas de seguridad sería
conveniente que tomaran.
No le hizo falta a Rodrigo mucho rato para percatarse de las miradas y sonrisas
que el Sargento le dedicaba a Kathy. Y no era el único. El resto de los
policías, además del amigo de su sobrino, estaban prendados de la chica que
seguía abrazada a él.
Al rato de estar por allí, decidió tomar el teléfono y llamar a Emilia para
avisarle que estaba todo bien, pero que había tomado la decisión de quedarse y
acompañar a los chicos esa noche, cosa que ella aprobó por completo.
Una vez que el sargento Rivera y los agentes a su cargo se hubieron retirado,
pasaron a la casa. Santiago, el amigo de Mauro, no desprendía la mirada del
cuerpo ondulante de la hermana de su amigo.
-Si la sigues mirando así vas a quedar bizco –le susurró Rodrigo, haciendo que
los colores del muchacho subieran hasta sus mejillas y se instalaran allí.
-Santi, vamos a dormir –le gritó a su amigo Mauro –Ya estuvo bueno por hoy,
mañana nos levantaremos muy tarde. Hasta mañana a los dos, gracias Rodrigo por
venir.
-Hasta mañana jóvenes, y que descansen –saludó el hombre mientras los vio
perderse hacia el enorme ático de la casa donde Mauro había decidido instalar
su dormitorio, sala de sonido, de juegos y más. Allí ponía el equipo de audio
con todos los decibeles imaginables sin molestar al resto de los mortales de la
casa. Sonrió con esos pensamientos y movió suavemente la cabeza.
Cuando giró sobre sí, la mirada de Rodrigo se topó con el cuerpo y los ojos de
Kathy. Estaba en el sillón grande, sentada de costado, de una forma lánguida y
sexy. Las piernas cruzadas y entrelazadas hacían imaginar una planta trepadora
que da mil vueltas para llegar a lo alto.
La miró sin poder disimular su excitación. Ella se paró y se encaminó hacia él
sin dejar de mirarlo. Ya no era una chiquilla, era una mujer provocativa, que
sabía perfectamente qué hacer para lograr enloquecer a un hombre como ahora lo
hacía con él. Tenía un andar felino y una mirada arrebatadora que hipnotizaba.
En ese momento, más que nunca, comprendía por qué los varones hacían cualquier
cosa por estar a su lado.
Se acercó hasta él y pasó los brazos por encima de su cuello, atrayéndolo
suavemente hasta que tuvo su boca casi pegada a la de ella… pero no lo besó.
Entreabrió la boca y su lengua, rosada y húmeda, recorrió los labios de él sin
permitir que la besara. Eso… lo excitó aún más. Pero sabía que era un
territorio prohibido. Aunque no llevaban la misma sangre, era su sobrina, casi
como una hija. Y también una mujer deliciosa. Tenía que hacer algo para cortar
aquello.
La apartó suavemente de su lado, y sonriéndole tomó la mano izquierda de la
chica con su mano derecha y la condujo al sillón, donde se sentaron sin
desprenderse. Ella siguió su ejemplo sin dejar de mirarlo a los ojos. Rodrigo
sacó un pañuelo del bolsillo de su americana y las gafas hicieron mil piruetas
en el aire antes de caer sobre la suave alfombra, pegando antes en el zapato
izquierdo del hombre y yendo a parar a escasos centímetros. Rodrigo se tiró
hacia atrás en el sillón con un visible gesto de cansancio.
-Deja Rodrigo, yo te los levanto – dijo la joven.
No se paró, sino que apoyándose en las rodillas del hombre, se cruzó sobre las piernas
de este para alcanzar los espejuelos. El espectáculo que tenía Rodrigo ante sus
ojos era celestial. La pequeña falda de Kathy se había levantado lo suficiente
como para dejar ver el comienzo de dos globos perfectos, blancos, jóvenes,
turgentes. La visión de aquel culo lo extasió pero… también le dio una idea.
Kathy se estaba demorando demasiado en recoger los espejuelos, y también se
movía y contorneaba más de la cuenta con la clara intención de excitar al
hombre. Cuando quiso incorporarse…
-No Kathy, espera, no te levantes –le dijo mientras presionaba su mano
izquierda sobre la cintura de la chica- Es necesario que te quedes así un
momento, quiero decirte algo.
-¿Así? Pero ¿para qué? ¿Qué me quieres decir?
-Kathy… Basta de provocarme.
La mano cayó pesadamente sobre la base de las nalgas con un movimiento
ascendente que las hizo temblar. La sorpresa se apoderó de chica que sólo logró
emitir un leve quejido. Las nalgadas siguientes comenzaron a picarle más y más,
lo que la hizo contorsionarse y corcovear.
-Rodrigo, para ya – le ordenó.
El hombre se detuvo de inmediato, y ella trató de incorporarse una vez más. Y
una vez más se encontró impedida de hacerlo. Esta vez no era la mano, que
estaba en ese momento rodeando su cintura, sino el codo de Rodrigo que se
clavaba en su columna.
-Esto recién empieza. ¡No te muevas!
La sentencia estaba dada. Kathy sintió cómo se subía su falda y dos dedos se
introducían por los costados de sus bragas, levantándolas mientras la fina tela
se perdía entre los cachetes. Los azotes siguieron cayendo sin piedad, mientras
las nalgas se tornaban cada vez más rojas y calientes.
Cuando Rodrigo pareció oír un sollozo, paró. Volvió a colocar las prendas en su
lugar, ayudó a Kathy a ponerse en pie y se dirigió a la puerta en silencio. Al
alcanzar el picaporte se dio vuelta y mirando a la joven que se frotaba las
nalgas, le dijo con una voz ruda que ella jamás le había escuchado:
-Recuerda que soy un hombre y no uno de tus alumnos. No vuelvas a provocarme.
La joven no terminaba de comprender lo sucedido, pero lo que sí entendía
perfectamente es que jamás en su vida había estado tan excitada como en ese
momento. Sus pensamientos habrían hecho sonrojar a la propia Anaïs Nin. Una
sonrisa casi diabólica se instaló en su rostro.
—000—
-Buenos días
señorita Kathy –saludó sonriente al abrirse la puerta.
-Ah… es usted inspector. ¿Qué deseaba? –contestó con algo de desdén, actitud
que no amilanó a Daniel.
-Pasaba por aquí y me pareció oportuno ver si estaba todo bien y he podido
comprobar con agrado que han tomado las medidas que les sugerí.
-Sí, Rodrigo se encargó de todo.
-¿Su tío? –dijo con algo de sorna.
-El esposo de mi tía, sí. Le agradezco su preocupación inspector, pero ya tengo
que salir.
-Bien, en ese caso le pido que me permita acompañarla y luego invitarla a
almorzar.
Kathy dudó un instante antes de aceptar. Era una mujer inteligente, calculadora
y quizás el inspector era quien le ayudaría a que nadie sospechara su posible
relación con Rodrigo, de quién creía estar enamorada profundamente. La azotaína
y las palabras del hombre solo habían logrado que lo buscara con más ahínco
aún.
Los días siguientes fueron testigos de las visitas y atenciones de Daniel hacia
la bella mujer. Ella aceptaba todos sus elogios pero no olvidaba a su azotador.
No importaba qué hiciera, él estaba continuamente en sus pensamientos y se
pasaba las horas pensando y urdiendo diferentes planes para atraer a su lado al
hombre al que pertenecía su corazón.
Las continuas llamadas telefónicas, las visitas y la creciente excitación
hicieron que Rodrigo aceptara verla. Se encontrarían para almorzar. El centro
de la ciudad los recibió con el anonimato de las grandes urbes donde la gente
pasa inadvertida. Ella lo esperó en una parada de autobús y se montó en el
coche apenas este paró. La luz del día se volvió en su contra y se refugiaron
en un restaurante muy íntimo. Hablaron de mil temas mientras degustaban el
cóctel que habían pedido como aperitivo. A pesar de la fría brisa que salía de
los huecos del aire acondicionado, Kathy manifestaba sentir calor.
-Ufffff… este calor es terrible ¿no crees? –le decía mientras se daba aire con
sus manos. El vestido ajustado a su cuerpo tenía sólo dos finos breteles,
dejando sus bellos hombros al aire. Él adoraba sus hombros…
La música con aires mexicanos se apoderó del ambiente. Unos siete u ocho
mariachis se acercaron a la mesa. Mientras el cantante hacía gala de su
envidiable garganta, los demás formaban un semicírculo en torno a la muchacha
que se dejaba halagar. Cuando el hombre cantó: “…besar tus labios quisiera,
malagueña salerosa, y decirte niña hermosa, que eres linda y hechicera…” Kathy,
conocedora de los artilugios que puede utilizar una mujer, fingiendo más calor
del que realmente sentía, recogió su cabello con las manos, desde la nuca hacia
arriba, levantando sus brazos y dejando a la vista sus axilas suaves y blancas.
Rodrigo creyó enloquecer de deseo y se retorció en la silla tratando de
disimular su excitación.
Kathy regalaba sonrisas, caídas de ojos, movimientos exagerados del cabello,
miradas cargadas de erotismo… todo dirigido al cantante y de rebote también le
llegaba a alguno de los músicos. Tras una muy generosa propina los mariachis se
retiraron, no sin que antes el cantante le pidiera permiso a Rodrigo para
“…saludar a la señorita, y con la venia del caballero besar su mano. Buen
provecho y que tengan una buena tarde”. Recién allí comenzó a retirarse sin
dejar de mirarla, a la vez que ella le sonreía sumamente divertida.
El camarero se acercó a tomar la orden que Rodrigo se encargó de pedir: como
primer plato antipasto, y como plato principal tallarines a la puttanesca. Para
acompañar, vino tinto. Un Cabernet Savignon sería lo más apropiado. La bodega y
la cosecha quedaban a consideración del somelier.
Mientras llegaba la orden el maduro comensal se deleitó contemplando a su bella
acompañante, en tanto ella sonreía y coqueteaba. Cuando el camarero se acercó
con el vino y le mostró la botella a Rodrigo, este asintió con la cabeza. Ante
la aprobación, comenzó inmediatamente a descorchar la botella. Cuando quitó el
corcho se lo presentó a Rodrigo, que luego de aspirar su aroma, por segunda vez
volvió a asentir. La enorme copa de cristal recibió el líquido purpúreo y casi
culminando la ceremonia, le ofreció la copa a Rodrigo con una inclinación de
cabeza. Como un gran catador, movió la copa haciendo girar el líquido, volvió a
aspirar el aroma, volcó la copa para apreciar el color y el cuerpo del vino.
Cuando iba a dar el sorbo para saborear y catar definitivamente aquel delicioso
elixir, Kathy le espetó:
-¡Espera! Así no se cata el vino. Déjame enseñarte a hacerlo…
Le quitó suavemente la copa, volcó el líquido hacia un costado mientras
introducía el dedo índice en él.
-Esto se hace así… –Sacó el dedo empapado en el vino y comenzó a pasárselo por
los labios entreabiertos de Rodrigo que no podía creer aquello, mientras que el
camarero con los ojos desorbitados y una amplia sonrisa disfrutaba de la
desfachatez de aquella joven mujer –Ahora recoge el vino con la punta de tu
lengua y saboréalo. –Rodrigo obedeció mientras ella sostenía su mirada.
Volvió a introducir el dedo en la copa y se lo metió en la boca, con el gesto
más lascivo que pudo, chupó el líquido entrecerrando los ojos, y mirando a los
dos hombres susurro:
-Mmm… ¡grandioso y delicioso! Mis felicitaciones al somelier por tan buena
elección. Sírvanos por favor…
El camarero cumplió la orden agradeciendo interiormente a Baco por haber
bendecido el vino, y al resto de los dioses por haberle tocado atender aquella
pareja que lo estaba poniendo a mil.
Luego del primer plato, Kathy se levantó para dirigirse al tocador. Rodrigo se
paró en un gesto de caballerosidad y ella se fue moviendo las caderas un poco
exageradamente. Se sabia atractiva. Los hombres y mujeres del restaurante no pudieron
evitar seguirla con la mirada. Quien observaba el pasaje de esa joven por
cualquier lugar, necesariamente recordaría la “ola” que se forma en los
estadios de fútbol. Esto era similar: ella caminaba y las cabezas se iban dando
vuela a su paso…
Durante la cena, la chica llamó al camarero más veces de las necesarias, y en
cada una de las ocasiones le coqueteaba, inclinándose de más para mostrar sus
senos, diciéndole al chico alguna palabra como para comprometerlo o ponerlo en
evidencia. Rodrigo sonreía ante esas niñerías, sabiendo que eran para ponerlo
celoso y llamar su atención. Ese era el precio que debía pagar por estar al
lado de tan joven y bella mujer.
No tomaron postre. Ella quiso ir a una heladería y pidió un helado mediano.
Apenas se lo entregaron comenzó a pasarle la lengua alrededor, a subir y bajar
por la superficie de la cremosa preparación hasta que tomó la forma de una
gruesa banana. Entonces, mirando a Rodrigo a los ojos, se engulló el helado y
al sacarlo de su boca lo fue acariciando con los labios. Los hombres la miraban
divertidos y las mujeres la criticaban por lo bajo. ¿Envidia quizás? Rodrigo la
tomó del brazo y le indicó que se subiera al auto. Ya estaba bueno de hacer el
ridículo. Tenían que conversar en un lugar privado para dejar claro los puntos,
así que irían a un motel.
El motel se llamaba “La Cascada” y pidió la mejor suite que resultó ser una
habitación bellísima. Estaba en penumbras. Música acariciante y romántica
flotaba en el ambiente. Se acercaron a un pequeño bar donde había bebidas
varias.
-Champagne, vino, whisky… ¿qué deseas tomar querida?
-Creo que la ocasión merece champagne –contestó ella con una amplia sonrisa.
-Sea.
Se acercó al frigobar y sacó una botella pequeña de champagne. Mientras la
destapaba y servía sendas copas, Kathy tomó asiento entrelazando sus largas
piernas y acomodándose sobre un extremo del sofá, dejando espacio suficiente
para él, que con la copas en la mano se reclinó a su lado y le ofreció una.
-¿Brindamos? –preguntó la chica mientras alzaba la copa.
-Claro… ¿por qué quieres brindar?
-Por la vida, por estar aquí a tu lado, por ti, por mí… ¡por nosotros! Salud…
-Salud…
El fino cristal de las copas se quejó al choque del brindis. Ambos dieron buena
cuenta del contenido y luego las apoyaron en la mesa.
-¿Sabes? Estás bellísima…
-Lo sé… -Rodrigo sonrío ante tal contestación.
-No hay nada más excitante que una mujer que se sabe bella y disfruta siéndolo.
Se acercó a ella y la atrajo hacia él. La joven sonrió pensando en su triunfo y
torciendo su cabeza entreabrió sus labios cerrando sus ojos mientras se
aproximaba a él. Pero no lo encontró, por lo que tuvo que abrir los ojos de
golpe.
-¿Qué sucede Rodrigo? ¿Acaso no me deseas?
-Eso no importa. Tus padres no están ahora y creo que es mi deber cuidarte y protegerte.
En el restaurante te comportaste como una mujer vulgar, y eso me molesta
muchísimo. No basta ser una dama, tienes que demostrar que lo eres.
-Pero… ¿qué dices?
-Que tu comportamiento de hoy deja mucho que desear. Coqueteaste con todo varón
que se cruzó en tu camino. No me molesta que lo hagas cuando no estés conmigo.
Pero me aseguraré de que te quede claro. Ven aquí.
La copa voló por el aire y fue a dar al otro extremo del sillón, desparramando
el dorado líquido por el suelo. La tomó del brazo y moviendo uno de los
sillones la hizo reclinarse sobre el respaldo, quedando su rostro casi sobre
los almohadones y su culo totalmente expuesto. Trató de levantarse en medio de
protestas, pero Rodrigo se lo impidió.
Con la cabeza sobre el almohadón, Kathy sólo pudo oír el cinto que se deslizaba
por las presillas del pantalón. Al querer reaccionar sintió un fuerte azote que
le cruzó las nalgas.
-Por Dios Rodrigo ¿qué haces?
-Simple: te pongo en tu lugar.
-Pe…
-¡Silencio! ¿O quieres seguir agregando motivos a tu castigo?
-No eres quién para castigarme. ¡No eres nadie, no te permito que lo hagas!
Un silencio envolvió el lugar. La chica se incorporó sin ningún tipo de
inconveniente por parte de su verdugo, que había dejado de serlo.
-Bien, si esa es tu decisión, nos vamos.
Se colocó el cinto con in disimulado fastidio. La joven no sabía qué hacer,
cómo reaccionar. ¿Qué había hecho? Su intención no había sido molestar a
Rodrigo, pero él se veía sumamente enojado.
-Perdóname Rodrigo. He sido una niña tonta.
-Sí, pero ya verás tú cómo cambiar si es que lo deseas.
-Lo que yo deseo es que tú me ayudes a cambiar.
-No, gracias. Ya lo intenté pero tú no apruebas mis métodos. Te espero en el
auto.
-¡Espera! Lo siento… Sí acepto tu castigo. ¡Azótame por favor!
Rodrigo salía de la habitación y la tenía a sus espaldas. Ella no pudo ver la
sonrisa de triunfo que se dibujó en su rostro. Sí… su método había dado
resultado. Sabía que finalmente sería la chica quien le pidiera que la azotara.
Retomando el gesto sombrío y adusto en su rostro, el hombre se dio vuelta y la
miró a los ojos.
-¿Estás segura de lo que dices?
-Totalmente.
-Si en algún momento cambias de opinión me lo dices y dejaré de ser tu
educador. ¿Estás dispuesta a obedecerme?
-Si Rodrigo.
-Ponte en la misma posición de antes. Ahora abre las piernas y apóyate
firmemente en el suelo. Si en algún momento crees que no soportas el castigo,
bastará con que digas “amarillo” y suspenderé de inmediato para darte un
descanso. Luego retomaré. Si quieres que me detenga por completo, di “rojo” y
daré el castigo por terminado. Ahora… cuando estés preparada di “verde” y
comenzaré. Veremos si soportas el castigo que tengo para ti.
Kathy respiró profundamente mientras terminaba de tomar la posición que le
había indicado. Cuando dijo “verde” cerró sus ojos y se puso tiesa esperando el
azote, pero este demoraba en llegar. Al intentar darse vuelta para ver qué
pasaba, el cinto se estrelló contra sus nalgas, y lanzó un tímido gemido de
dolor.
Cuando Rodrigo creyó que eran suficientes azotes, levantó su falda y comenzó a
bajar sus bragas. La mano de la joven asió fuertemente la del hombre,
obligándolo a detenerse.
-Si quieres que me detenga, sólo debes decir la palabra adecuada y lo haré. De
lo contrario seguiré adelante.
Luego de unos segundos, la chica soltó la mano en silencio y tomó su posición.
Los ojos del disciplinador se deleitaban ante las nalgas cruzadas por gruesas
líneas rojas. Pasó su mano como para refrescar aquel fuego, y luego se retiró
unos pasos. Toda la intimidad de Kathy estaba expuesta. Una maraña salvaje de
negra espesura era como el centinela de aquella joya rosada y húmeda. El
orificio de su ano se veía delicioso y pedía atención en forma casi
desesperada. La excitación de Rodrigo era evidente, pero ella no podía verlo. Así
que apoyando su mano izquierda sobre la cintura de la chica, comenzó a
nalguearla con la mano, teniendo extremo cuidado de no tocar sus partes
íntimas, sólo rozarlas levemente. Cada vez que lo hacía, sentía estremecerse a
la mujer que tenía bajo su poder, un poder que ella misma le había concedido.
Kathy estaba en peor situación. No podía negar su excitación, porque los jugos
que se escondían en su vagina estaban a punto de resbalarse por sus piernas.
Nunca había sentido una sensación tan maravillosa. El esposo de su tía no sabía
que era la segunda vez que cumplía la fantasía que tenía desde niña: ser
nalgueada por ese hombre tan viril, tan guapo, tan… ¡masculino! Sentía cada
azote como una caricia dolorosa que la hacía temblar por dentro y por fuera. Sus
nalgas estaban ardiendo y de su parte más íntima, ahora impúdicamente expuesta,
los jugos comenzaban a correr.
Los azotes cesaron y sintió cómo le volvían a colocar las prendas en su lugar.
-Toma tus cosas, nos vamos.
No lograba entender nada. Se terminó de acomodar sus prendas y lo siguió hacia
la salida.
—000—
Pero la
situación volvería a repetirse. Esta vez Rodrigo la planeó diferente: sería una
noche romántica. La pasó a buscar y se dirigieron al puerto. De allí partía
todas las noches un corto crucero en un fabuloso yate que ofrecía cena y show.
También había casino donde las parejas comprobaban aquel dicho de
“desafortunado en el juego, afortunado en el amor”.
Las mujeres lucían como recién sacadas de una revista de modas, con vestidos
finísimos, peinadas y maquilladas como artistas, y sus acompañantes estaban
igual de elegantes.
La cena transcurrió entre miradas cariñosas y subyugantes. Cuando la orquesta
comenzó a tocar, salieron a la pista y se fundieron en un abrazo. La música
sonaba y el abrazo de la pareja se hacía más intenso. La mano de Rodrigo subía
y bajaba de forma casi imperceptible por la espalda casi desnuda de Kathy.
Mientras danzaban los ojos de ella se clavaron en el rostro de él.
-¿Jugamos unas fichas en el casino? –sugirió Kathy con una sonrisa cuando cesó
la música.
-Está bien. Si es lo que quieres… -contestó Rodrigo mientras tomaba su cintura
para dirigirla hacia la salida del salón.
Luego de perder una cantidad bastante importante en la mesa de ruleta,
decidieron subir a cubierta. La noche parecía sacada de un cuento fantástico.
El cielo estaba despejado, por lo que permitía observar las estrellas que
parecían diamantes volcados al azar sobre un enorme paño de terciopelo azul. La
luna estaba en su fase llena, y era la reina de la noche, reflejando su belleza
en el mar. Una brisa fresca levantaba los cabellos negros de Kathy mientras
ella se apoyaba sobre el borde del yate. Rodrigo miró su rostro, iluminado por
la luz de la luna. ¡Se veía tan hermosa! La tomó de los hombros haciendo que
girara hasta enfrentarlo. Levantó la barbilla con su índice, e inclinándose
sobre ella la besó dulcemente, pero con pasión. Kathy alzó sus brazos y cruzó
las manos sobre la nuca de Rodrigo. Los largos dedos de la joven se perdieron
en la espesura del cabello del hombre. Así estuvieron largo rato, besándose y
jugueteando con sus lenguas y labios, diciéndose palabras incomprensibles para
el resto de los mortales. De ese modo, las pocas horas que duraba el crucero se
pasaron rápidamente.
El motel “Séptimo Cielo” fue quien los recibió aquella noche. Dejaron el coche
en el garaje y subieron a la habitación. Rodrigo la había tomado de la cintura,
subiendo y bajando la mano suavemente… Flanqueó la puerta y le cedió el paso
caballerosamente. Ella se detuvo un instante para mirar los detalles de la
habitación mientras depositaba su bolso sobre una de las altas sillas situadas
junto al pequeño bar. Al darse vuelta para hacer un comentario, su boca fue
tapada con los labios de Rodrigo, que comenzó a besarla de forma salvaje y
ardiente. Las lenguas se entrelazaban, la humedad de sus bocas se confundía,
los labios recorrían y se pegaban a los otros labios. Tenían sed de pasión, una
sed que parecía insaciable, pero sabiendo que el otro era el oasis en ese
agobiante calor de la lujuria, más ardiente que cualquier desierto.
Las manos de Rodrigo recorrían aquel cuerpo túrgido y joven, vibrante… Por fin
había decidido conocer aquella
“piel de satín y azucenas” como decía el tango. La piel de aquella joven
encendía su pasión, y bajo la luz de las velas adquiría un brillo especial, con
un juego de luces y sombras que la hacían más deseable aún.
Comenzó a besar su cuello continuando con sus hombros, redondos y deliciosos.
Bajó los breteles del fino vestido y comenzó a deslizarlo hasta dejar a la
vista los bellos senos. Eran firmes, del tamaño ideal, suaves, con una aureola
rosada y un botón que a pesar de estar en su mínima expresión, se alzaba
tímidamente sobre la deliciosa montaña. Terminó de bajar la vestimenta de la
chica que quedó con una pequeña bikini de encaje blanco que hacía resaltar más
su vientre, plano y delicadamente musculoso. El vestido cayó al suelo cuando él
la tomó en sus brazos para depositarla en la cama. Ya descalza, la depositó
delicadamente y la observó. Así, casi desnuda y tendida a su merced, el
caballero recio y excitado dejó paso a un hombre conmovido y turbado por la
belleza y entrega de su acompañante. Comenzó a desvestirse sin dejar de
mirarla. Era una mujer cautivadora, abandonada a su pasión, que lo miraba con
ansias, con ganas, con hambre de sexo salvaje… Desprendió el último botón de su
camisa.
-Ponte boca abajo -le pidió Rodrigo con suavidad.
Al terminar de cumplir la orden, sintió como se sentaba a horcajadas encima de
ella. No podía verlo, pero no se opuso cuando él la tomó de las muñecas y le
colocó unas cuerdas con las que la ató diestramente a la cabecera de la cama.
Un pañuelo de seda, sacado de la nada al estilo del mejor ilusionista, fue a
parar a los ojos de Kathy impidiéndole por completo la visión. Comprendió que a
partir de ese instante debería guiarse sólo por sus sentidos y sus instintos.
Sintió a Rodrigo caminar de un lado a otro de la habitación. Sentía sus pasos,
ruidos que no lograba reconocer y sonidos que le eran familiares.
El azote que le cruzó las nalgas de forma tan inesperada que le hizo dar
saltar, más por la sorpresa que por el dolor.
-No te atrevas a moverte o te irá peor.
-¿Pero qué haces?
-Shhhhhh… no hables, no te muevas, no quiero más sonidos que el del azote y… el
silencio.
Un nuevo golpe cayó en las nalgas de la chica, que apenas se movió mientras
clavaba las uñas y hundía su rostro en la almohada para ahogar el quejido. No
sabía con que la golpeaba, pero era algo largo, fino, lacerante, flexible… y
que le hacía arder la piel. Los azotes se fueron sucediendo lentamente pero sin
pausa. Sentía que tenía sus nalgas marcadas con finas rayas en todas las
direcciones.
-Me has hecho perder una pequeña fortuna hoy, y continúas seduciéndome sin
reparos. Ese descaro lo voy a cobrar en tus nalgas.
Se acercó a la joven y le quitó las bragas. No obtuvo ninguna resistencia esta
vez, y no porque estuviera atada, sino porque Kathy había decidido entregarse a
aquel hombre dominante y recio.
Rodrigo pasó sus manos por cada una de las largas marcas rojas que cruzaban
aquellos deliciosos globos. La unión de la curvatura de los hemisferios invitó
a la mano a continuar el camino hacia la parte más íntima y escondida de la
mujer. Con un simple movimiento le hizo saber que deseaba que se abriera totalmente
de piernas, dejando su sexo a la vista.
Los dedos expertos de Rodrigo comenzaron a recorrer aquella cueva encantada que
continuaba siendo guardada por una espesa maraña de vellos negros y
ensortijados; hasta que encontraron el mágico botón que la hizo estremecer. Con
el clítoris entre sus dedos comenzó un mágico baile de vaivén, una deliciosa
tortura que ejercía presionando lo suficiente el manojo de nervios que se unen
en esa zona mágica. A la reunión se acopló la lengua del hombre: sabia, experta,
deseosa de dar placer. Una vez más se juntaron las humedades y se confundieron.
Kathy no podía impedir el fluir de sus jugos vaginales, y la impúdica lengua
comenzó a invadir el interior de su vagina mientras que el orgasmo comenzaba a
florecer sin ningún tipo de pudor. Rodrigo sentía en su lengua cada uno de los
espasmos, de las contracciones vaginales de la joven que no paraba de gozar y
gemir.
Sin darle el menor respiro, la lengua de Rodrigo se concentró en su otro
agujero. En pocos segundos la joven se comenzó a retorcer una vez más y la
lengua encontró otra vaina donde refugiarse.
La saliva corría y se confundía con los demás jugos. Sin dejar de tocarla, el
hombre se terminó de desvestir. Su pene se erguía impúdicamente, apuntando el
techo de la habitación. Rodrigo se dirigió a la cabecera de la cama y desató a
la joven, quitándole también la venda de los ojos para que se enfrentara cara a
cara con el miembro viril de Rodrigo. Tenía la punta brillante y acercándolo a
la cara de la joven se lo ofreció. La lengua de Kathy comenzó un recorrido
vertiginoso de arriba abajo, mientras que las lánguidas manos de largos y
hábiles dedos tomaban, una, la base del pene torciéndolo suavemente y con la
otra los testículos, que eran masajeados tierna pero firmemente. Jamás había
experimentado algo así y se estaba volviendo loco de placer. Pero no quería dar
todo por terminado tan rápido.
-Ven mi pequeña, ponte en cuatro patas.
Lo obedeció de inmediato, imaginando cuál sería el próximo paso.
-Mi pequeña perrita…
El pene se apoyó en el dilatado ano de la mujer y comenzó a introducirse
lentamente. El grito fue sofocado por la mano del hombre, que dejando caer su
cuerpo sobre el de Kathy, la hizo extenderse. Podía sentir el tibio aliento del
hombre en su nuca.
-¿Estás gozando pequeña?
-Mucho
-¿De quién es ese culo?
-Mío
-No, estás equivocada. A partir de hoy y hasta que yo lo decida es sólo mío
¿entendiste?
-Sí
-Si eso es verdad, quiero que me lo digas, que lo repitas. Di que es sólo mío y
que no se lo darás a nadie más.
-Mi culo es tuyo, solo tuyo, y nadie más lo tocará, no se lo daré a nadie más
que a ti. Te lo prometo.
-¿Segura?
-Sí, segura. Quiero ser tu puta y quiero que mi culo sea sólo tuyo, que te
pertenezca.
Las palabras de la joven fueron el impulso final que él necesitaba para hacer
los embates más fuertes cada vez, hasta que el jadeo de ambos se hizo más
frecuente y el semen comenzó a salir a borbotones, inundando las entrañas de
Kathy que, exhausta, cerró los ojos para descansar con el peso de su hombre
encima y llena de sus jugos.
-Kathy… -una vez más sintió el tibio aliento del hombre en su nuca- Eres tan
hermosa que por momentos dudo que esto sea verdad. No quisiera que se acabara
nunca.
-No sé si alguna vez acabará pero hoy existe Rodrigo. Así que será mejor aprovechar
este momento que es el que tenemos. Ven… ven a mi lado… y continúa amándome
como siempre soñé que lo harías.
El resto de la noche continuó siendo una conjunción de caricias, gemidos,
palabras entrecortadas y suspiros de placer.
Fue aquel uno de muchos encuentros furtivos, de mañanas de lujuria, tardes de
pasión y noches de placer… Los dos estaban bien económicamente y podían darse
el lujo de alquilar un taxi para pasar un día en alguna ciudad no muy lejana,
alojarse en algún lujoso hotel y comer en los mejores restaurantes. O tomarse
un avión en la mañana, irse a un país limítrofe y regresar por la noche.
—000—
Aquella
mañana Kathy se apareció en la oficina en la que Rodrigo trabajaba como
vice-presidente. La secretaria la anunció y ella entró como la persona
importante que se suponía que era: la sobrina del segundo hombre más poderoso
de la empresa.
Rodrigo, caballerosamente como él solía comportarse, se puso en pie para
recibirla. Una vez que la secretaria cerró la puerta, ella se abalanzó en sus
brazos y se besaron con pasión:
-Cosita chiquitita…
-Hola luv… te estaba extrañando mucho y no pude dejar de venir a verte. Me
tienes abandonada.
-No mi niña, no es así. Es que… tú sabes que esto no puede ser, no podemos
seguir adelante con esta relación. Tú tía no se lo merece, ni tú, ni yo, ni
siquiera… Daniel. Él está enamorado de ti y tú no haces nada por retribuir su
amor.
-Yo no le pedí que me amara, y sabes perfectamente que a ti a quien amo –le
dijo mientras pasaba sus brazos por encima de los hombros de él y acariciaba la
nuca de aquel hombre maduro, mientras se ponía en puntas de pie para poder
alcanzar sus labios en tanto él abrazaba su cintura.
Escenas como esta se repetían con demasiada frecuencia, cada vez más
abiertamente, lo que significaba un gran riesgo para Rodrigo quien sería el más
perjudicado si aquella relación se hacía pública.
-Me dijo Emilia que estábamos invitados para ir a cenar esta noche. Así que nos
volveremos a ver hoy, luv.
-Espero que te comportes como es debido.
-Claro, siempre lo hago –contestó blandiendo su mejor y más picaresca sonrisa.
-Entonces… vete ahora y nos vemos a la noche.
-Ahhhhhhhh… ¡no quiero! No me eches cariño, por favor –le dijo haciendo uno de
esos mohines que él tanto adoraba.
-Anda, no te pongas caprichosa y obedece. Nos vemos esta noche –y la acompañó a
la puerta de la oficina, como para tener seguridad de que se retiraría.
—000—
La mesa
estaba preparada para cuatro personas. Emilia era una excelente anfitriona:
fina, distinguida y sumamente sencilla. Estaba acostumbrada a recibir gente de
alto nivel cultural y financiero debido a la posición de su esposo; siempre
quedaba muy bien con todos y hacía que el hombre que amaba hacía tantos años,
se enorgulleciera de ella. También por ese motivo quería Rodrigo terminar
aquella relación con Kathy, porque en el fondo amaba profundamente a su esposa.
Pero aquella niña lo volvía loco de verdad y no sabía cómo hacer para dar por
terminado lo que había comenzado casi sin querer.
Sonó el timbre y Emilia se dirigió a la puerta para dar una cordial bienvenida
a los invitados. Daniel estaba elegantísimo, con un traje que parecía cortado
encima de su musculoso cuerpo, le caía maravillosamente bien. Prolijamente
afeitado y peinado, con un perfume discreto y masculino, cruzó la sala con la
mano estirada para saludar al anfitrión.
-Don Rodrigo, qué placer volver a verle.
-Igualmente muchacho. ¿Todo bien?
-Sí señor, todo muy bien. Permítame agradecerle a usted y a Emilia la gentileza
de invitarnos a cenar.
-Por favor… es un placer tenerlos aquí –contestó cortésmente Emilia mientras se
tomaba del brazo de su esposo
-Hola Rodrigo –dijo Kathy con una sonrisa que la hizo aún más bella. Él la beso
suavemente en la mejilla mientras su corazón latía de alegría al verla.
-Daniel, usted aún no conoce la casa. Acompáñeme, se la mostraré y me ayudará a
preparar unos tragos para el aperitivo. Kathy querida –le dijo a su sobrina
mirándola con afecto- te robaré a tu guapísimo novio por un rato. Debo
felicitarte por tan buena elección, es un hombre de trabajo, se ve refinado,
culto, elegante y hacen una bellísima pareja.
-Muchas gracias señora, me halaga usted.
-No me digas señora Daniel, me llamo Emilia. Vamos… ayúdame a preparar los
tragos –le decía mientras lo tomaba del brazo y se lo llevaba a la habitación
contigua.
Una música tenue flotaba en el ambiente. Rodrigo adoraba la música clásica y la
ópera. Andrea Boccelli acompañaba a la perfección la fina velada mientras que
Rodrigo y Kathy, una vez solos, comenzaron a mirarse sin disimular su pasión.
-Kathy, que te conozco. Compórtate como la dama que eres y dime qué has hecho
hoy.
-He sido una niña mala Rodrigo… Merezco que me castigues.
-Pero… ¿Qué dices?
-Quisiera que me abofetearas para redimir mis culpas.
-No digas tonterías ¡por favor!
-Anda Rodrigo, castígame…
-No, no lo haré.
-Si no lo haces, gritaré y me pondré a llorar, te miraré con odio y extrañeza.
No sabrás cómo explicar la situación… Y será peor.
-Compórtate y no me amenaces.
-Quiero que me abofetees…
Rodrigo estaba totalmente desconcertado. Kathy comenzó a besarlo, mientras se
oían las voces de la otra habitación. La separó de él y miró nerviosamente por
encima de su hombro.
-Basta Kathy, no hagas niñerías –La tomó de los hombros y la zarandeó como para
hacerla reaccionar.
-Abofetéame…
-Ya te dije que no lo haré
-¡Daniel! –gritó entonces. Rodrigo quedó de una pieza…
-Dime cariño… -contestó la voz masculina desde la otra habitación. Rodrigo
contuvo la respiración.
-¿Me preparas ese cóctel que tanto me gusta? –gritó ella con una mueca divertida.
-En eso estaba. Le explicaba a Emilia lo complicado que es prepararlo…
La tensión empezó a sentirse en el ambiente mientras que la música también
subía su intensidad. El “Gloria in Excelsis Deo” de Vivaldi comenzaba con esa
velocidad vertiginosa que lo hace tan especial, los violines tocados por manos
prodigiosas hacían correr la adrenalina por las venas de la pareja mientras se
miraban a los ojos desafiándose mutuamente. La soprano alzó su voz y la
bofetada resonó tapada con la música de los violines y las voces del coro.
Rodrigo no había podido contener su furia y el nerviosismo lo había hecho caer
bajo los influjos de esa mujer que, cuando volvió su rostro hacia él, lo hizo
con una sonrisa sarcástica y de total triunfo. Los dedos de Rodrigo se percibían
apenas en la blanca y delicada mejilla de Kathy.
-Cariño, aquí está tu cóctel –Daniel había entrado de improviso, tomándolos
totalmente de sorpresa- Pero… ¿Qué te pasó en el rostro? Parece que…
-¡Sí! Rodrigo me abofeteó –gritó al tiempo que se cubría la mejilla con la mano
y señalaba con el índice al hombre que hasta hacía pocos momentos antes había
estado besando.
-Pero… Yo… -trató de explicarse Rodrigo, mientras que Daniel lo acusaba con la
mirada y su esposa lo observaba con extrañeza.
-Jajajajajaaaaa… -rió Kathy estrepitosamente, mientras todos la miraban
atónitos– Relájense, que era una broma. Le estaba contando algo a Rodrigo y me
pegué en la mejilla con demasiada fuerza. Pero por solo ver el rostro de
desconcierto de mi tío, valió la pena la broma. Y ustedes dos disculpen,
perdóname tía Emilia, pero… ¡la tentación fue muy grande!
-Ay niña, ¡qué susto me has dado! Sé perfectamente que Rodrigo jamás haría algo
así, pero qué momento me hiciste pasar. Daniel, deberías poner a esta niña
sobre tus rodillas y darle unas nalgadas para enseñarla a comportarse… vamos,
pasemos a tomar el aperitivo.
Rodrigo se acercó con disimulo al oído de quién le había hecho pasar uno de los
momentos más vergonzosos de su vida, e inclinándose le susurró: “Esta me la pagas,
y bien cara, niña”. Ella le sonrió y le guiñó un ojo, mientras lo tomaba del
brazo para seguir a sus parejas.
La cena transcurrió plácidamente y el incidente pareció olvidado junto con la
marca en el rostro.
Sí, el incidente “pareció” olvidado, pero en realidad ninguno de los cuatro lo
pudo olvidar. Emilia comenzó a comportarse de forma extraña con Kathy. Muchas
de las actitudes de la chica dejaron de caerle bien y algunas veces no le daba
a su esposo los recados de la sobrina. Rodrigo también se dio cuenta que ya no
miraba con simpatía y agradecimiento cuando le decía que iba a casa de los
chicos, o que ayudaría a Kathy con tal o cual trámite. El hombre comenzó a ser
mas cuidadoso y precavido con sus comentarios, pero el hostigamiento y la forma
de hablar de su esposa se hacia cada día mas evidente.
Emilia comenzó a hablar cada vez menos con su sobrina y lentamente la relación
se fue enfriando. Cuando la joven iba a casa de sus tios siempre era recibida
correctamente, pero ya no había el cariño, los gestos de alegría y bienvenida
de antes. El trato hacia ella por parte de su tia era fríamente correcto.
Rodrigo tuvo que ponerse a pensar que iba a hacer con esa situación cada dia
más insostenible. Debía decidirse: su esposa o Kathy. Todo un dilema que lo tuvo
más de una noche sin dormir. Le costaba decidirse y necesitaba algo que
torciera la balanza para un lado u otro. Él no lo sabía aun, pero ese peso que
volcaría uno de los platillos estaba a punto de llegar.
—000—
Mientras
todo un desfile de pensamientos cruzaba la cabeza de Rodrigo, otro hombre tenia
también la suya llena de imágenes, sentimientos, emociones encontradas y no
sabía cómo salir de esa situación que le hacía imaginar un bosque infectado de
animales salvajes que lo acosaban sin tener escapatoria.
¿Hablar con Kathy? No, eso ya lo había hecho varias veces y sin resultado
alguno. La chica negaba los amoríos con su tío, o con “el esposo de su tía”
como le gustaba decirle. ¿Poner sobre aviso a Emilia? No… esa mujer era
demasiado inteligente y seguramente ya lo sabía; sería una crueldad ponerla en
evidencia. Era una mujer admirable y no merecía pasar por eso. Sólo la
lastimaría sin sacar ningún provecho de esa acción. “Si no beneficia a nadie…
¿para qué?”. Lo que le quedaba era hablar con Rodrigo, frente a frente y de
hombre a hombre, así que concertó una cita con el empresario.
Una elegante cafetería fue el punto de encuentro de lo dos hombres. Luego de
los saludos protocolares tomaron asiento. El primero en hablar fue Rodrigo:
-Daniel, gracias por la invitación porque yo también quería hablar contigo.
-¿De verdad Rodrigo? ¿Y sobre qué sería la charla? –le dijo con un rostro serio
y algo molesto.
-Sobre el único tema y persona que nos une Daniel: sobre Kathy. ¿O me equivoco?
-No, no se equivoca usted. Pero ya que comenzó le pido que continúe.
-Bien… tú sabes que no es fácil. No voy a negar que he tenido una relación con
Kathy, como tampoco niego mi cuota parte de responsabilidad en esa relación.
Desde un principio yo sabía que era algo sin futuro, los dos lo teníamos claro,
pero ella siempre tuvo la esperanza de que yo dejara a su tía para irme con
ella. No niego que más de una vez estuve a punto de hacerlo, pero… en realidad
amo a Emilia. Kathy fue una inyección de vitalidad, frescura, juventud, belleza
y locura. Pero al continuar con esta relación sólo estoy haciendo daño. Daño a
mi esposa que sospecha que algo ocurre, daño a Kathy porque sé que no me
quedaré a su lado, te daño a ti Daniel, porque al estar yo en el medio no
permito que ella vea al hombre que tiene a su lado y que la ama con delirio.
-Sí Rodrigo, esa es la verdad: amo a Kathy con delirio, con pasión, con locura.
Pero ya no soporto más esta situación. Así que vengo a decirle que uno de los
dos debe de desaparecer. Si usted se queda yo me voy. Pediré traslado a otra
ciudad, en el extremo opuesto del país… y allí trataré de comenzar una nueva
vida.
-No Daniel, no será necesario. Y te explicaré por qué…
Rodrigo comenzó a informarle sus planes, los que Daniel comprendió y aceptó
inmediatamente con una sonrisa en su rostro.
-Sé que no soy quien para darte consejos, así que te daré una sugerencia: Kathy
es una chica muy rebelde, caprichosa, extremadamente inteligente y también
manipuladora. Necesita a su lado un hombre firme, dominante, seguro de las
cosas sin caer en la necedad. ¿Me explico?
-Creo que sí.
-No, me parece que no, así que te lo diré claramente. ¿Recuerdas el día de la
cena, cuando Kathy dijo que yo la había abofeteado y luego lo negó diciendo que
se lo había auto infringido?
-Sí, nos hizo pasar un momento muy feo.
-¿Recuerdas lo que te dijo Emilia?
-Mmm… No, sinceramente no.
-Te dijo más o menos con estas palabras que Kathy merecía que la pusieras sobre
tus rodillas y le dieras unas buenas nalgadas.
-Jajajajaaaaaa… Sí, es verdad. Ahora lo recuerdo. Estuvo muy graciosa esa
broma.
-No era broma Daniel. Te lo decía muy en serio.
El joven no salía de su asombro.
-Verás: ni yo ni Emilia estamos de acuerdo con la violencia doméstica bajo
ningún punto de vista. Pero lo que te proponía era algo consensuado: unos
azotes propinados en las nalgas mantendrán a raya a esa niña traviesa. Y ella
estará totalmente de acuerdo. No solamente lo aceptará sino que… hará que se
enamore perdidamente de ti y se olvide de mí fácilmente. Te doy mi palabra Daniel.
Haz la prueba. Sé que no tienes porqué confiar en mí, pero… Si nos haces caso
no te arrepentirás.
Luego de unas breves explicaciones sobre la disciplina doméstica y las
azotaínas eróticas, los hombres se despidieron con un fuerte apretón de manos.
No se volverían a ver jamás…
—000—
Camino a su
casa, Rodrigo iba imaginando mentalmente lo que le diría a Emilia. ¿Y si ella
no aceptaba? Si ella no aceptaba tendría que hacerlo igual, aunque fuera solo.
Era muy arriesgado, pero tenía que hacerlo. Repasó en su mente la posible
conversación y las probables respuestas de Emilia, y qué le contestaría ante
tal o cual frase. Así fue todo el camino, conduciendo lentamente y aprovechando
los semáforos para cavilar la mejor forma de enfrentar esa charla, lo que le valió
más de un bocinazo de algún chofer que sí tenía prisa por regresar a su hogar.
Bajó del auto y se dirigió a la puerta de entrada de su casa con la llave en la
mano. Cuando la fue a introducir, la puerta se abrió y apareció Emilia con la
cara sombría, el mismo rostro de tristeza que tenía desde hace un tiempo. Ya no
estaba alegre como antes, sino que un velo de congoja cubría su rostro, y le
era imposible disimularlo.
-Hola Rodrigo…
-Buenas tardes amor… –respondió dándole un suave beso en la mejilla. Luego la
tomó de la mano y la condujo hasta los sillones de la sala – Emilia, ven
conmigo. Tengo algo que decirte.
Emilia se paró en seco y se puso lívida. Abrió sus ojos con un dejo de
extrañeza y desconsuelo mientras que se le llenaban de lágrimas.
-¿Qué me quieres decir Rodrigo? –preguntó con miedo a la respuesta – ¿Acaso…?
-Emilia, mi amor –le susurró al oído mientras la abrazaba al ver la reacción de
su esposa- lo que tengo para decirte puede ser muy importante para nuestro
futuro: para ti y para mí. Para los dos. Ven… sentémonos. Escúchame por favor…
-Rodrigo, no…
-Por favor amor, déjame contarte y luego me dirás tu parecer, ¿sí?
-Está bien… habla.
Los nervios de esa mujer eran evidentes. Bajó su mirada y apretó sus manos en
un gesto de desesperación. Rodrigo se odió por hacerle pasar momentos así…
-Emilia, la empresa me ha ofrecido el puesto de presidente en la sucursal de
Miami. Eso significaría tener que mudarnos para allí por al menos dos o tres
años. Les dije que tenía que hablar contigo para responderles. El sueldo será
mucho mayor, nos darán una casa y auto de la empresa. Es una oportunidad muy
grande para mí, pero… quiero que me acompañes. Sería imposible estar allá sin
ti…
Los ojos de Emilia se iluminaron, y las lágrimas corrían por su rostro mientras
abrazaba a su esposo casi con desesperación. ¡Era esa la noticia! Ella había
imaginado que le diría que la iba a dejar, pero no… su esposo le estaba
pidiendo que se fueran de allí, lejos de todo aquello, lejos de…
-¡Rodrigo, mi amor! Claro que me voy contigo, donde tú vayas yo iré, yo te
acompañaré, estaré a tu lado en todo momento. Sí, sí… sólo dime cuándo partimos
y me pondré a hacer las maletas.
-Gracias por ser la mujer que eres. Temía que no quisieras venir, pero… ¿cómo
pude imaginar que no me acompañarías? Gracias amor, gracias. Sé que es todo muy
apresurado, pero deberíamos estar en Miami en 8 días. Si te parece bien,
comenzaremos a dejar todo en orden y necesitaré tu ayuda para eso.
-Cuenta conmigo. Esta noche comenzaré a ordenar todo lo necesario con respecto
a la casa, le avisaré a…
-¡No! No, por favor no le avises a nadie, no quiero que nadie se entere. Nadie.
Dentro de una semana, cuando ya estemos tomando el avión, entonces ahí
avisaremos a quien sea necesario. Pero quiero disfrutar este momento contigo
solamente, quiero que este sea nuestro momento, nuestro logro, nuestro triunfo…
Tomo el rostro de la mujer que había sido su compañera de ruta por más de 25
años y la encontró más bella y resplandeciente que nunca. Acercó sus labios a
los de ella y la beso dulcemente mientras la llevaba en brazos a la habitación.
Aquella noche fue muda testigo del fuego y la pasión que puede haber en una
pareja que se ama y se comprende sin decir una palabra. Ellos eran un
matrimonio que se conocían a la perfección y en esa lujuria desenfrenada Emilia
comprobó que era ella quien había ganado aquella guerra no declarada.
—000—
Los días
pasaron rápidamente. Kathy trató de comunicarse con él de todas las formas
imaginables, pero le era imposible ubicarlo. Daniel se estaba cansando del
humor irritable de su novia y cada vez tenía más deseos de poner en práctica la
sugerencia de aquella pareja veterana que seguramente sabía más de la vida y de
la convivencia que él o su novia.
Finalmente, un día Kathy logró contacto con Rodrigo y se citaron en un discreto
restaurante.
-Dime qué pasa Rodrigo. Por qué me rehuyes, qué es lo que está pasando.
-Mañana parto a trabajar al extranjero. Me dieron el puesto de Presidente en
una sucursal fuera del país, y acepté.
-Pero… no me habías dicho nada…
-No, nadie lo sabe, no quise que nadie lo supiera hasta hoy. Pero tampoco podía
partir sin decirte nada. Kathy… has sido alguien muy importante en mi vida.
Contigo he pasado momentos inolvidables. En un momento en que pensaba que ya no
había más nada me trajiste energía, frescura, juventud, pasión… me diste vida,
me devolviste la esperanza y las ganas de seguir adelante. Eso, mi querida niña,
jamás lo olvidaré y nunca viviré lo suficiente para agradecértelo. Pero…
-¿Pero…?
-No podemos seguir adelante por muchos motivos. Tú sabías desde un principio
que yo no me quedaría contigo. Amo y necesito a Emilia. Lo que estabamos
haciendo no era justo para nadie: ni para Emilia que confió en nosotros y la
traicionamos, ni para Daniel que te ama con locura, ni para ti que no tendrías
futuro a mi lado… ni siquiera para mí. Por eso decidí aceptar la Presidencia en
esa sucursal lejos de aquí…
-¿Dónde te vas?
-Lejos, muy lejos… no importa dónde.
-Te odio Rodrigo. Me usaste como a un objeto y ahora que ya no me quieres más,
me dejas como a una… basura.
Los ojos de Kathy despedían odio y las lágrimas le quemaban el rostro. Sentía
rencor, rabia, vergüenza… y su corazón destrozado.
-No. No es así Kathy. Pero había que terminar de alguna manera, y creo que esto
es lo mejor.
-¡Vete! No quiero volver a verte nunca más
-Kathy, yo no…
-¿No entendiste? Te dije que te fueras, vete con tu esposa y ojalá que les vaya
bien. Solo espero que nunca más en la vida nos volvamos a ver. Este amor que te
he tenido y que me está destrozando ahora, se irá aplacando con el tiempo, pero
el dolor que estoy sintiendo… ese no creo que desaparezca jamás. Vete Rodrigo…
El hombre se levantó y caminó hacia la puerta sin volver la cabeza. Cuando
llegó a la puerta se detuvo, titubeó pero… la empujó y salió en silencio del
lugar.
—000—
La joven
entró dando un tremendo golpe al cerrar la puerta. Llorando, con los ojos
enrojecidos, pasó al lado de Daniel. Hacía rato que esperaba en casa de la
joven. Al verla en ese estado imaginó que Rodrigo había hablado con ella y la
relación habría terminado. Tendría que hacerse el tonto y ver su reacción.
-¿Qué te sucede?
-Sucede que todos los hombres son iguales, una porquería, una basura. Nos
utilizan a su antojo y cuando ya no les servimos nos arrojan fuera de sus
vidas.
-Pero… ¿por qué dices eso? ¿qué te pasó?
-Nada que a ti te incumba. Déjame en paz. Vete de aquí.
-Estás mal Kathy… déjame quedarme a tu lado.
-¡No! Quiero que te vayas, desaparece de mi vida, no te quiero ver…
Le cerró la puerta del dormitorio en la cara. Sí, sin duda que Rodrigo había
hablado con ella y ese era el motivo de su enojo. No se fue. Se acomodó
pacientemente en el sofá y allí pasó la noche.
A la mañana siguiente se despertó muy temprano recordando que no tenía que ir a
trabajar. Había pedido unos días de licencia previendo que algo así podría
ocurrir cuando se fuese Rodrigo. Y estuvo muy acertado. Sintió ruido en la
cocina. Era Kathy que envuelta en una toalla preparaba café.
-Buenos días…
-Buenos lo serán para ti. No veo qué tienen de buenos.
-Mejor me voy a bañar…
-Sí ¡mejor!
No soportaría ese trato mucho tiempo más. En la ducha, sintió deslizarse el
agua por su cuerpo. El chorro muy caliente caía en su nuca, corriendo por su
columna y espalda. Cambió la temperatura del agua y sintió un frío casi
congelante que lo hizo estremecer. Salió y frotó la toalla por todo su cuerpo
con vigor, con fuerza, con ganas… Ya se sentía mejor. Tomó una muda de ropa de
su bolso y a los pocos minutos estaba de regreso en la cocina, con una radiante
sonrisa en su rostro. Kathy seguía envuelta en el toallón, revolviendo
tontamente el café en su taza.
-¿Quieres hablar Kathy?
-No, no quiero. Lo único que quiero es estar sola.
-Bien, me iré… después -El tono de su voz había cambiado notablemente. Le había
hablado a ella como lo hacía con sus subordinados. Eso la descolocó levemente-
Estoy harto de tus desplantes. Mi paciencia ha llegado a su límite. Pensé que podía
encontrar en ti a la mujer que he estado deseando hace años. Pero me equivoqué,
no eres más que una mocosa engreída, mal educada y caprichosa.
-¿Pero qué dices? ¿Cómo te atreves?
-Cuidado Kathy. No te confundas. He sido benévolo, pero me equivoqué. Me iré,
sin duda que me iré. Cuando salga por esa puerta seguramente no me vuelvas a
ver, pero antes… haré que me conozcas un poco mejor.
La tomó de la muñeca y casi la arrastró hasta el sofá. En el camino, Kathy
trastabilló, perdiendo la toalla y quedando cubierta solamente por unas exiguas
bragas negras. Los túrgidos pechos se bamboleaban al caminar. Llegando al sofá,
Daniel se sentó de golpe y ella fue a dar sobre sus rodillas, llevada por la
inercia.
-¿Pero qué haces, pedazo de animal? Suéltame o…
Los azotes no se hicieron esperar. Kathy se retorcía con cada nalgada, movía
sus piernas como si estuviera nadando en una piscina olímpica, pero Daniel la
tenía fuertemente agarrada y… al ver ese cuerpo casi desnudo, ese cuerpo
deseado tantas veces, sentir el calor de su piel tan directamente, ver cómo se
coloreaban sus cachetes cada vez más… lo llevaron a un grado de excitación que
ni él mismo podía creer.
Sintió su brazo algo cansado y paró los azotes, sosteniendo fuertemente a
Kathy. Las nalgas tenían un rojo parejo y brillante. Instintivamente comenzó a
acariciarlas ante los suaves jadeos de la joven.
Así estuvo unos escasos 30 segundos, antes de que Kathy…
-¿Ya? Estarás satisfecho ¿verdad? Nunca creí que un hombre como tú pudiera
convertirse en un troglodita azotador. Ahora suéltame y vete.
-Mmm… No, aún no. Veo que todavía te falta mucha educación, y como estoy de
vacaciones, te ayudaré a adquirirla. Y de gratis, ¿eh? Veamos Kathy… dame una
de tus chancletas.
-¿Qué cosa?
-Bueno… creo que mañana te lavaré yo mismo las orejas. Dije que me des una de
tus chancletas.
-Tú estás más que loco si crees que haré algo así.
-Si no me obedeces, no sólo no te liberarás del castigo, sino que será peor,
¿entendiste? Así que… dame esa chancleta.
-¡No! Ya te dije que no lo haré. Me parece que el que tiene que lavarse las
orejas eres tú. Cuando digo no, es ¡NO!.
-Bien… en ese caso… recordarás que te dije que me ibas a conocer y que no voy a
permitir que te burles de mí. Así que si no es con la chancleta será con lo
primero que encuentre.
Como si ella no existiera, se levantó haciéndola caer contra el piso, sin
ninguna consideración. Se metió en la cocina y regresó con un matamoscas de
plástico duro, una paleta plana y un cable de plancha. Ella estaba tratando aún
de reaccionar, de levantarse. La encontró en cuatro patas al costado del
sillón. La tomó de una oreja, obligándola al levantarse de inmediato, por
supuesto que bajo las mil y una protestas de ella.
La miró a los ojos, se agachó levemente, y como hubiese cargado un estibador un
bulto echándoselo al hombro, así hizo Daniel con aquella chiquilla.
Daniel era muy alto y tenía los brazos largos, por lo que podía además de
sostenerla, aguantar sus piernas para que no lo pateara. En el camino hacia el
dormitorio, le propinó varias y sonoras palmadas con todos los implementos
juntos. Trataba de darle sólo con uno, pero de alguna manera ella los sentía
todos.
-Estoy harto ¿oyes? Harto de tus tonterías. Esto te lo has ganado con creces.
Desde que nos conocimos no has perdido oportunidad de maltratarme, de
humillarme como quisiste.
-Pues si no te gustaba, te hubieras largado. Yo…
-Tú no sabes nada. Eres una mocosa estúpida y malcriada. Pero no te apures, yo
te enseñaré a comportarte con la gente. Lo harás ¡claro que lo harás! O este
precioso culo –le decía mientras se lo sobaba y lo azotaba a un tiempo- sabrá
lo que es estar rojo y ardiente.
Kathy tenía una montaña de sentimientos en su mente. Estaba muy enojada, pero
también muy excitada. Ese no era el Daniel que ella conocía, tan amable, dulce,
tranquilo, complaciente. Este era el Daniel que ella había soñado: dominante,
recio, duro, varonil… un hombre de verdad.
-Me cansaron tus impertinencias, tus caprichos de niña burguesa, tu maltrato
para todo aquel que crees que no está a tu altura. Tus coqueteos con los
hombres… eres… eres…
La tiró en la cama sin ningún reparo. El cuerpo de Kathy rebotó en el colchón y
antes de que se diera cuenta, la había puesto boca abajo y estaba esposada a la
cama con un juego de esposas en cada mano agarradas a los barrotes de la cama y
haciendo que tuviera los brazos bien estirados. Le colocó un par de almohadas
bajo el vientre. Sus nalgas se veían estiradas, levantadas, desafiantes y
excitantes.
Tomó un par de bufandas de uno de los cajones y le ató las piernas.
-Bien… ¿Preparada para recibir el castigo de tu vida?
-Por supuesto que no
-Excelente. Entonces… ¡aquí vamos!
La paleta de madera chocaba violentamente contra las nalgas de Kathy. Era un
sonido seco, apagado, pero chispeante a la vez. Con cada azote ella levantaba
la cabeza y gemía. No le quedó un solo espacio sin azotar. Había adquirido un
color rosa fuerte en ambas nalgas. Entonces hizo su aparición el cable de la
plancha. Unas líneas rojas dejaban saber los lugares exactos por donde había
estado el implemento.
-¡Caramba! Qué pena me da, pero… olvidé quitarte las bragas. En fin… estoy
seguro que no te importa. ¿Verdad que tienes más?
Sin darle tiempo a responder, desgarró con un tirón seco las partes más finas
de las bragas de Kathy, y se las sacó haciéndolas correr entre las nalgas… Su
sexo quedó expuesto totalmente. Se veía húmedo y brillante.
-Mmm… veo que a la señorita la ha excitado todo este juego. O sea que debo
presumir que está gozando, ¿verdad? Lamento recordarle que esto es castigo, no
placer. Así que deberé esmerarme más.
El cable zumbaba en el aire y se estrellaba sin ningún reparo en las nalgas de
la joven mujer. A veces también recibía alguno en la parte alta de las piernas
y entrepierna. Un azote dado en su vagina la hizo saltar y retorcerse. Comenzó
a llorar sin parar. Sus nalgas se veían hermosamente decoradas por un sin fin
de líneas rojas en varias direcciones.
-Hasta hoy fuiste una chiquilla malcriada, pero te vas a convertir en una mujer
como debe ser.
Daniel dejó caer la cuerda al suelo y tomó el matamoscas. Cuando lo alzó para
seguirla azotando, vio los ojos de la joven clavados en sus pupilas. Estaba
llorosa, indefensa, como un gatito asustado. Y eso lo conmovió.
Tomó un tarro de crema que había allí, y destapándolo se lo comenzó a frotar en
ambas nalgas. La crema se deslizaba con facilidad por la suave pero ahora
maltratada piel de Kathy.
-Suéltame de aquí. No eres más que un… ¡sucio animal salvaje!
-¿Te parece Kathy bella? Pues fíjate que te equivocas –le dijo mientras se
ponía a un costado de la cama para que ella lo observara- El sucio animal
salvaje viene ahora.
Al quitarse el jean, un poderoso pene salió disparado de entre las ropas. Nunca
había visto algo tan… ¿portentoso? Era simplemente grande, y al acariciarlo con
sus enormes manos, parecía más grande aún.
Sintió cómo se subía a la cama y se ponía encima de ella. Sintió su enorme
miembro entre las nalgas y se tensionó. Las manos de Daniel comenzaron a
recorrer el costado de su cuerpo, piernas, caderas, senos, brazos…. Hasta
llegar a las manos que cubrió con las suyas. Kathy cerró los ojos y se
abandonó. Fue entonces que sintió cómo le quitaba las esposas…
-Date vuelta. Ya desaté los pies también.
Poniéndose en cuatro patas, quitó las almohadas de la cama, y las arrojó al piso.
Luego se dio vuelta sobre sí misma y miró a Daniel a los ojos.
El hombre estaba dispuesto a todo. Si le decía que se fuera, lo haría y
entonces los consejos de Rodrigo no habrían servido de nada. Y si no… no podía
suponer qué pasaría. Miró hacia abajo esperando la sentencia de la mujer, que
cuando estuvo casi encima de él… lo beso con una pasión loca. Sus lenguas se
trenzaron en una batalla buscando espacio en la boca del otro. Cerraron los
ojos y comenzaron a reconocer sus cuerpos con las manos. Kathy fue depositada
sobre el colchón, esta vez con infinita ternura. Las piernas de la joven
rodearon la cintura de Daniel, que después de estar un momento encima de ella,
la levantó por completo. Ella no dejó de rodearlo con sus piernas, lo que le
dio al joven la oportunidad de insertar su miembro en la húmeda vagina, abierta
totalmente para recibirlo, mojada y cálida para convertirse en la vaina de
tremendo instrumento.
Un lento compás comenzó a surgir entre la pareja. Las manos de Daniel se
colocaron debajo de las nalgas de Kathy que, sujeta como un náufrago a una
tabla no lo soltaba ni un segundo. Los embates se hicieron más frecuentes, pero
Daniel se detuvo.
-Bájate y ponte en cuatro patas
La mujer obedeció sin vacilar.
-Quizás esto te duela, pero deberás soportarlo como parte del castigo –le decía
en su oído mientras embadurnaba su armamento con abundante gel- Espero que
estés preparada.
Sintió la mano del hombre recorrer sus agujeros y concentrarse en su ano. El
dedo mayor comenzó la exploración mientras le untaba un líquido frío y suave.
De inmediato se le unió el dedo índice y luego el medio. La joven estaba a
punto de llegar al orgasmo, así que sacó los dedos y le aplicó un par de
azotes… y luego otro… y otro más… más… más… cuando quiso darse cuenta ya tenía
el pene metido en su ano, y a Daniel tomándola de las caderas para que
acompañara su frenética carrera hacia el clímax total. Ninguno de los dos podía
creer tanto goce. Sin dejar de moverse, el hombre estiró las manos y tomó los
senos de Kathy, apretó sus pezones tan fuertemente como pudo, mientras la joven
llegaba al máximo orgasmo. El suyo no se hizo esperar. Kathy pudo sentir cada
uno de los chorros que se estrellaban en su interior, llenándola por completo.
Cayó encima de ella, y ella encima de la cama. No se movieron, así se quedaron
hasta que las ansias de amarse volvieron a aparecer. Y fueron varias ese día. Y
los siguientes. Algo le decía a Daniel que aquella joven que él amaba,
olvidaría pronto al hombre que estaba viajando lejos de ella.
—000—
A la hora
prevista el avión decoló dejando la pista y el suelo de su querido país. Una
nueva vida y un futuro brillante los esperaba en otro lugar. Emilia apretó la
mano de su esposo y apoyó la cabeza sobre su hombro. En los últimos tiempos
había vivido varias tragedias, pero de todas salió airosa, y ahora la vida le
sonreía nuevamente junto al hombre que había amado siempre.
El aeropuerto internacional de Miami los recibió y salieron de allí rumbo a su
nueva casa, su nueva vida, hacia la nueva etapa que los encontraría más
enamorados y unidos que nunca.